sábado, 2 de febrero de 2008

Juan Madrid (de Malasaña)


Él no lo va a leer, eso está claro, así que me permito el lujo de hablar un poco, no demasiado, de uno de los escritores más interesantes de cuantos están vivos en España.

Se llama Juan Madrid y escribe como Dios manda. Su estilo, fruto de una profunda reflexión sobre la estructura del relato, la construcción de la intriga y el dibujo de los personajes, es tan directo como el derechazo de un boxeador con ataque de cuernos. Se le conoce como novelista negro; Manuel Vázquez Montalbán, íntimo amigo suyo, dijo en alguna ocasión que en España hay tan pocos escritores de novela negra que Juan Madrid es uno de los dos. No iba muy desencaminado el bueno de Montalbán, a pesar de lo cual, el señor Madrid es mucho más que un escritor de relatos policíacos: periodista incansable y narrador prolífico, posee en su haber libros de viajes, novelas juveniles, colecciones de relatos, guiones de cine e incluso un extraño e inencontrable ensayo.


Por razones que no vienen al caso, en este mes de enero he leído dos novelas suyas: Pájaro en mano y Cuentas pendientes.

Pájaro en mano (Ediciones B) es hasta el momento, la última novela publicada por Juan Madrid. La historia, un fresco coral sobre la corrupción en Marbella, es un relato conmovedor sobre la soledad, el engaño, la mentira, las cuitas no resueltas del pasado, la memoria rota y la violencia desatada por el ansia de dinero, el poder y la fama. El único "pero" es que los personajes cambian demasiado las piernas de posición; una nadería, vaya.

Cuentas pendientes es la quinta novela de la serie Toni Romano y está a la altura de las anteriores (al menos de las que he leído). Hay quien le recrimina a Juan Madrid que su literatura sea demasiado chandleriana y Toni Romano un clon descarado del detective Phillip Marlowe, pero, en honor a la verdad, ni se parece tanto ni eso me parece un reproche aceptable. Puestos a imitar, qué mejor que imitar a los maestros. En Cuentas pendientes nos introducimos en un Madrid postfranquista que se diluye en la selva hortera y mágica de los años ochenta. Se nos propone un viaje por las calles de Malasaña en busca de las cuentas pendientes que nos deben a todos en la vida: el cariño, el sexo, los hijos, la libertad, el pasado, los amigos, los sueños, la ternura de los labios prometidos. Tal vez la vida sea una basura, pero tras los escombros y el hedor, aparecen personajes duros y tiernos, Tonis Romanos que no han renunciado (aunque digan que sí) a la confianza en el prójimo, al viaje de la vida que finaliza en puerto feliz.

Y es que si algo destaca en la literatura de Juan es el viaje, ya sea por ese Madrid que describe como nadie (a pesar de ser malagueño de cuna), o a través del pasado y la memoria de sus personajes. "Creo que todas mis novelas son descripciones de viajes, no sé bien adónde", ha llegado a decir. "Lo que escribo queda como una guía para el lector, quizá como el plano de la Isla del Tesoro, aunque yo nunca haya encontrado el tesoro". Genio y figura.


Conocí a Juanito y a Sara Rosenberg, su compañera, hace ya un año. Fue en Cuba, claro. Me los presentó el insigne guionista y mejor amigo Juan Tébar (el de la camisa roja). No he visto a los Madrid todo lo que hubiera querido, pero a su lado, me he corrido algunas de las juergas más memorables que recuerdo.

Cuando vamos curdas, nos ponemos a cantar flamenco, a hablar de cine, de libros y de política. Disfrutamos de la conversación por la conversación y jugamos a creer en el socialismo y en los cuentos de hadas. Hadas con liguero y lencería negra, hadas de Malasaña, hadas de novela negra: las chicas que -aunque sólo sea para escribir- siempre quisimos Toni Romano, Juan Madrid y yo.

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