lunes, 18 de febrero de 2008

El pez, Ramiro Calle y el entrenamiento (Pajus mentalem est)


Por las noches, después de leer un poco, cojo una botella de agua y el paquete de ducados; enciendo la radio, me desconecto un poco y me acomodo frente a la pantalla del ordenador: toca escribir y las palabras trepan por las paredes, escondiéndose en rincones remotos cuajados de telarañas y secretos. La vida es un anzuelo para esas palabras perezosas que se agazapan y rehúyen.
A veces quiero hablar del amor y lanzo mi caña hacia los recovecos de la habitación: pienso en ella -en ellas- y recojo un pez gordo, brillante, de escamas anaranjadas en cuyo interior presumo que se esconde el misterio del amor. Pero tras destripar al pez, lo encuentro hueco, con la sangre huida, las vísceras diluidas y el hedor de la carne muerta. La culpa es mía, claro, porque tengo miedo.
Supongo que nos pasa a todos, cuando queremos decir algo y no nos sale. Supongo además que es parte de la gracia de escribir, de hablar o de estar vivo. Sin embargo, siempre me he preguntado cuál es el dique, por qué no somos capaces de decir las cosas claras, porque nos da tanto miedo estar desnudos y exponernos ya sea ante la hoja en blanco, la mirada de la persona que amamos o ante un Tribunal de Orden Público cualquiera. Nunca he obtenido respuesta y a decir verdad, tampoco creo que la haya.
Sí, sería fácil hablar, por ejemplo, de la herencia cultural, de la moral occidental imperante o de cualquier otra gilipollez por el estilo, pero lo cierto es que todos esos factores son parte de nosotros y -lo siento Ramiro Calle- es absurdo luchar contra ellos.




Pero a veces somos capaces de desvestirnos, olvidarnos de todo y escribir o hablar sin tapujos, como los niños que le dicen al gordo, gordo y al viejo, viejo y al que huele mal, apestoso. Ese es el momento de la magia, el momento en que disfruto de escribir o de hablar y comienzo a divertirme sin la aburrida tara de las ropas, de las cadenas.
Creo que ese instante sólo se alcanza cuando estás tocado no por la inspiración sino por el entrenamiento, la disciplina y el trabajo. Porque para escribir sin tapujos o hablar sin tapujos o vivir sin tapujos hay que trabajar duro en ello. Es entonces cuando vences la pereza, el tedio, las túnicas de la cultura, la razón pura o el estado del bienestar y te lo pasas, hablando en plata, de puta madre. Hasta para follar hace falta.
Sé lo que estará pensando el lector: ¿este tío de qué coño me está hablando? Pues tampoco tengo respuesta, mire usted. Simplemente me lo estoy pasando bien. Espero no haberme puesto denso, que ya tenemos bastante con las elecciones. Perdón (por la tristeza o lo que sea).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno, pues sí se de que va la cosa, porque en realidad no es fácil nada en la vida y la mayor parte de las veces no son tapujos que uno pone, es que no sabemos decir solo sabemos sentir y las palabras para describir lo que se siente muchas veces, la mayoría para mí, son difíciles de encontrar.
Es entonces cuando te leo y me provoca envidia como usas las palabras, y me siento un poco vos y me hace sentir de maravillas.
Voy a mandarte un mail en ésta semana, en realidad será para vos, Carlos Coleta y Oscar, tengo que contarles que finalmente , después de 5 años he podido resolver mi duelo por la pérdida de mis amigos, bueno, no es la pérdida pero sí es lo que decís muy bien en la trapecista, es la falta de la carne y la mirada, las charlas, la identificación,el sentirme bien. Ya les escribiré, mientras quiero que sepas que te quiero y quiero, millones de besos. Seguis siendo mi escritor preferido.La LOca amiga argentina