jueves, 7 de febrero de 2008

De una victoria o el triunfo de la involuntad

Para quien no lo sepa, aclararé que los Newellés Sapbis es mi equipo de fútbol sala. Pero que no os engañen las apariencias. Más bien somos un conjunto de cerveceros alegres que, en tres años, no habíamos logrado sumar ni un solo punto y que hasta el sábado pasado, llevábamos en contra más de 80 goles y a favor apenas 10. Sin embargo, la proeza se logró. A continuación, la crónica.

Llovía, el día era gris y el campo presentaba charcos de agua sucia en un campo difícil de drenar por la ausencia de tragantes. Hubo quien pensó que ese no era el día indicado para jugar al fútbol. Se equivocaba.
Los spabis presentaron un equipo mermado por las ausencias pero dispuesto a hacer historia, a convertir el centro deportivo Manuel Becerra en el escenario de una batalla épica que daría pie a la hazaña más importante de los últimos años.
La máquina Spabi se puso a pensar por primera vez y se diseñó una táctica tan sencilla como infalible: los enemigos no nos temen, creen que ganarnos es pan comido, se equivocan, esa es nuestra mejor arma, que el delantero se quede arriba, en posición palomero y de ese modo, les pillaremos al contraataque en cuanto tengamos una oportunidad. Dicho y hecho.
El árbitro, un chavalín con cara de niño y menos carisma que un teletubbie pero muy majo, pitó dando comienzo al encuentro. En apenas dos minutos, Rafa se internó por la banda, dribló a un rival y disparó alojando el balón en las mallas del equipo contrario. La euforia se desató en el campo, la bolsa se desplomó, la monarquía temblaba: los Spabis iban ganando. Nadie podía creerlo, ni siquiera nosotros mismos. El abrazo de todo el equipo certificó el comienzo de algo grande, enorme.
Los rivales sacaron y el partido continuó. Se acercaron un par de veces sin éxito, hasta que el balón cayó en las manos del portero, Álvaro, que sacó rápidamente hacia Javi, el cual se mantenía en su posición de palomero. Cuando el número nueve cogió el balón, la respiración del público se entrecortó, el cielo se abrió y un rayo de sol iluminó a nuestro ariete que se plantó frente al portero, lo regateó y marcó el segundo. Qué zozobra, qué locura, qué extasis, qué de todo. Un 2-0, quién lo iba a decir. La alegría se destó en el campo, las miradas de sorpresa aparecían por doquier en los rostros Spabis, la incredulidad rozaba nuestros corazones impulsando su latido. Sólo había una pena: Jota se nos había lesionado, aún no sé bien cómo.


Pero a los pocos minutos sucedió lo imprevisible. Un balón manso a media altura, que buscaba a uno de los delanteros del Castro Mocho se dirigía a nuestra meta. El portero debía interceptarlo sin problema, pero un resbalón ridículo dio con su cuerpo en tierra y de paso, con el del delantero contrario, por lo que el balón se adentró en la portería sin oposición alguna. El 2-1 no entrubió el ánimo de los Spabis, pero dio lugar a los peores minutos del encuentro, ya que el Castro Mocho se hizo dueño del partido y dispuso de un gran número de oportunidades, hasta que en una de ellas, el número ocho –la gran estrella rival- conectó un disparo raso y al palo ante el que nada pudo hacer el portero, puesto que Rafa tapaba su ángulo de visión.
El empate no nos hizo desanimarnos, pero el Castro Mocho seguía en su mejor momento. De hecho, otro disparo del número ocho fue el origen de lo que sería un nuevo estallido de alegría Spabi. El muchacho golpéo raso y potente, pero Álvaro consiguió parar el balón con el pie, propiciando de ese modo un pase involuntario a nuestro Palomero Javi, que recogió el el esférico, tomó rumbo a la portería y tras aguantar la presión del cierre batió al portero rival por debajo de las piernas en un gol que se recordará siempre por su impecable factura. Era real, los Spabis volvían a ponerse por delante, la gloria estaba tan cerca que podíamos rozarla.
Un par de ocasiones más del rival, entre ellas una cesión peligrosa, cerraron la primera parte. El estado de euforia en el que nos encontrábamos nos hacía creer hasta en la resurrección de la carne, hasta en los Reyes Magos, hasta en la belleza de Yola Berrocal. Nadie podía pararnos.
La segunda parte fue otro cantar. Los Spabis hicimos un trabajo serio, perdiendo tiempo, con inteligencia, manteniendo las líneas defensivas prietas y robustas, tratando de ampliar nuestra ventaja en un nuevo contragolpe. Sin embargo, el empate a tres no se hizo esperar demasiado. De nuevo el número ocho logró un disparo que tras hacer un extraño superó a Rafa, que había ocupado la portería en el segundo tiempo.
Por un momento, un halo de tristeza inundó los ojos de los Spabis, pero la garra, la fuerza, las ganas y las cañas ingeruidas antes del partido pudieron más. Rafá sacó, Eugenio conectó con Luís que abrió el balón a la banda donde Javi recibió y encaró el marco contrario, regateó al defensa, se fue de este y recibió una falta fea e innecesaria al borde del área. Fue el propio Javi el que transformó la falta. Cuando tomó carrerilla los corazones se encogieron. Disparó y… GOL, GOL, GOL, GOOOOOOOL. ¡¡4-3!! Corrió el champán, las gradas se vinieron abajo, los travestis que jugaban al voleibol en la cancha vecina dejaron su partido y vinieron a animar, el árbitro sonreía, Jota lamentaba no haber traído la cámara… El abrazo fue de los de antes, unido, fuerte, vigoroso: SPABI!!!!


Contuvimos el partido y perdimos todo el tiempo que nos fue posible. Los últimos cinco minutos duraron más que una tarde de domingo con resaca, pero hicimos nuestro trabajo. Solamente Rafa nos puso el corazón en un puño con un par de salidas alocadas, al tun-tún que afortunadamente no revistieron ocasiones del rival. Menos mal, le hubiéramos asesinado.
Y así llegamos al pitido final. El árbitro, cansado de nuestras reiterativas peticiones para que diese por concluido el encuentro, terminó por claudicar y dio los tres pitidos consabidos, que nos sonaron a gloria, a música celestial, maldita sea. Ahí se destó el delirio general. El mundo cambió para siempre, se inició una nueva era. Nos juntamos en el centro del campo y reímos y gritamos y nos abrazamos, mientras el derrotado rival se iba hundido hacia los vestuarios. Decidiomos por unanimidad que Javi, debido a su estelar partido fuera proclamado jugador Spabi, con la salvedad de que fuese por primera vez, en la categoría Spabi bueno de la jornada. En cuanto al malo, ese premio queda desierto (claro, no vino Zapatero…).
Y así terminó la jornada que se recordará como la primera en que los Spabis jugaron, vencieron y puntuaron, tres años después de irrumpir en el panorama futbolístico mundial con el destino de hacer histotia. Así fue, amigos: un triunfo de la involuntad, del buen rollo y de la amistad que sólo un Spabi puede sentir. Qué de puta madre, joder.

3 comentarios:

Miss Hall dijo...

¡La semana que viene estaré en la grada!

¿Ganastéis ayer? Necesito saber si os estais convirtiendo en un equipo definitivamente serio para, en ese caso, escaquearme.

Y, por favor, explícame qué coño es la "posición palomero".

Go, Spabi, go!

Trapecista dijo...

Pues perdimos, cómo no. Una cosa es una cosa y otra...
El palomero es uno que se queda arriba, de delantero, sin hacer nada más que esperar a un contragolpe y como en el fútbol sala no hay fuera de juego...
Allí os espero, en Manuel Becerra, dispuestos a vivir y a disfrutar otra derrota Spabi.

Anónimo dijo...

¿Tú de portero?

Eso, eso, no corras mucho :P

:)

¡Me alegro por vuestra victoria!