martes, 6 de mayo de 2008

Lejana y sola

Se acabó lo bueno. En Madrid ya, o en Brunete mejor dicho, las mañanas duelen en los ojos, las tardes están huecas y las noches se presentan pelín insipidas para el degustador voraz.
Regreso de esta huelga dulce que han sido las vacaciones, cambiando el traje de turista por el uniforme de foráneo, que queda peor en cualquier cuerpo. El itinerario ha sido largo: empezamos en Jávea, seguimos con Granada, luego llegó Córdoba y finalizamos en Lucena, pueblo paterno al que hacía unos ocho años que no iba.
En todas partes me lo pasé bien. Apenas escribí; sólo un relato que he presentado a un par de concursos. Me dediqué más a la contemplación, la lectura, la buena comida, el buen gintonic y los paseos constantes. Así debiera ser la vida, supongo. La compañía fue inmejorable, como siempre que voy con ella.

Donde mejor lo pasé fue en Córdoba. Ya he hablado aquí, creo, de mi enamoramniento por la ciudad califal, por la sultana que está lejana y sola.
Desconozco el origen de esa pasión, pero el hecho es que de entre todas las ciudades en las que he estado, Córdoba ha sido con diferencia, la que más me ha enganchado. Trato de ir al menos una vez al año, pero entre pitos y flautas, esta vez hacía más de udos años que no iba. La he encontrado tan hermosa como siempre, tal vez algo cambiada por las obras y el resto de zarandajas que rodean las interminables restauraciones de museos, casas, puentes, etc.
Volver en mayo a esa ciudad es una experiencia difícil de explicar al viajero. Hay que pasear por la judería y perderse en las calles blancas, asomarse a los patios y observar los tiestos cargados de geranios y los jazmines enredados por las paredes y el azahar rompiendo el aire con su aroma. Hay que detenerse y escuchar el murmullo del agua que brota de las fuentes. Luego se puede escoger el bullicio y caminar hacia las cruces de mayo, que se esconden en las plazuelas cordobesas y asaltan al caminante despistado con su apariencia de sangre.
También se puede escoger la mezquita, caminar hacia el río y recorrer la muralla que custodia a los siglos del Guadalquivir en la noche coronada por la luna llena.


Ya lo sé. Me pongo repugnantemente cursi cuando hablo de Córdoba, pero qué le vamos a hacer, así es la vida o así soy yo, mejor dicho. Os recomiendo Córdoba, id siempre que podáis, huid de las gitanas con el ramo de romero porque sólo quieren sacaros pasta y comed flamenquines, salmorejo, gazpacho. Bebed fino moriles, pasead mucho, preferiblemente por la noche. Y si no os gusta, haceroslo mirar, porque es un síntoma grave de insesnsibilidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me sorprende 1)que te guste tanto Córdoba sin que menciones a Priego entre sus maravillas y 2)que seas de Lucena cuando yo soy de al lado mismo: Priego, como ya sugerí anteriormente. Te invito a que lo visites y, justo después, escribas una entrada en el blog. Con toda seguridad, esa cursilería del apartado del blor se incrementará sobre manera.
Un abrazo, David