domingo, 4 de abril de 2010

No es de caballeros

Concluye la Semana Santa y la rememoro corta, breve como el capricho de un niño. No he hecho otra cosa que escribir, leer y tomarme alguna copa, o dicho de otro modo, trabajando casi todo el tiempo. No está mal si, como es mi caso, se disfruta de la escritura como un placer confisacado al terreno laboral para crecimiento de uno mismo.
Por algunos acontecimientos desarrollados recientemente, pensé que estaría triste, pero no es así, para mi más absoluta sorpresa.
La vida es extraña... En estos días he percibido que aquello de lo que siempre desconfié, aquello que pensaba que podría ser doloroso, no lo es tanto si coincide con una sospecha largamente anunciada, crecida en el interior como una sombra, certificada por el silencio y cierta maldad cobijada en la culpa. La traición siempre se ve venir, aunque sea muy de lejos, agazapada en los más oscuros confines del corazón. La traición no es sino la confirmación de la duda... porque dudar en general está bien, pero en ciertas cosas no es más que un reflejo de lo que habrá de venir y, en cierto modo, el origen de la precaución y la prudencia.


Imagino que habrá quien no entienda nada de lo que estoy diciendo, pero creo que todos o casi todos, hemos sentido en algún momento esa desazón infinita de saber aquello que va a ocurrir, de predecir el siguiente paso e intuir en él el aroma del desengaño... Al menos yo me siento afortunado: la experiencia comienza (aunque todavía es muy poca) a ser un grado y me lo tomo de otra manera, con una mayor tranquilidad fruto de esa precacuión y prudencia que sirven de vacuna perfecta.
En fin, ya no estoy triste, ni desencantado siquiera, sólo perplejo de mis reacciones y revelaciones: el mundo no cambiará, los días de la revolución han acabado, las personas no son buenas ni malas sino ambiguas en su mezquindad (entre la cual me incluyo), la estirpe humana se hace daño permanentemente, nuestra raza está condenada a entenderse entre sí sin soportarse, la vida es un carrusel, una tómbola, una puta triste, un trapecista exultante, más compleja y más simple de lo que pensamos, un tostón y una alegría. Nada es negro o blanco, pero tampoco es gris. La psicodelia es un invento como el crecepelo. La Iglesia, el matrimonio, el Estado del Bienestar, los impuestos, el paro, la Semana Santa y hasta el Cristo que la fundó son conceptos vacuos que nos sirven para emplear el tiempo únicamente. Nada vale más que una sonrisa sincera; el contexto importa poco.
¿Quién es feliz? ¿Quién lo intenta? Yo no, desde luego, eso no es de caballeros. Pero trato de sonreír y no estar triste, que es mucho y es nada. Me voy a cenar.

1 comentario:

María dijo...

Tampoco es de señoritas.