sábado, 13 de febrero de 2010

Cagarse en los dioses (o traumas de un horizonte difuso)

Qué duro es esto de regresar a España tras el placer cubano de escribir, dar clases y deambular los fines de semana por las calles de La Habana. Se hace duro, digo, porque aquí los problemas reales te asaltan cada día, cada noche, para joder el equilibrio perfecto entre la vida que uno ha querido siempre y el exceso de humedad que conforma la Escuela de San Antonio de los Baños.
No voy a hablar de la Cuba política -este año vengo jodido porque me da la impresión de que la gente está cansada de ciertas cosas-, porque ya lo he hecho en muchas ocasiones y además no me apetece.
Únicamente diré que este ha sido el viaje que más raramente he disfrutado. Por un lado, he podido dar un arreón a mi novela que ha llegado casi a las costas de su finalización, he tomado cervezas con mi compadre Juan Madrid, he entablado una gran relación con los alumnos y las alumnas que me tocaron en suerte, fui al Decamerón, fumé un puro, tomé ron, paseé con el otro Juan por la avenida de palmeras, vi a mi buen amigo el aguador, a Jacqueline y a María Julia, a Xenia, Regla y Arturo, a Máximo y el Negro, y disfruté, como siempre, de la inmerecida y desbordada hospitalidad de mi otra familia, la de Cuba, que no es sanguínea pero como si lo fuera Rosa y famillia incluida). Eso y mucho más que aquí no cuento porque presumir de viaje está muy feo. Resumiendo... que me lo he pasado en grande. Pero hay un pero, claro. Siempre ha de haber un "pero".


Todo eso está muy bien, y sin embargo, por otro lado, este año he sentido más que nunca el irme. Estoy más triste que nunca por dejar Cuba. No me acostumbro a estar fuera de ese país, quizá porque allí soy feliz, quizá porque aquí todo resulta menos excitante, más zapateril o aznariano, más Aguirre y Tomás Gómez, menos Fidel y daiquiri, menos calor y malecones; un pelmazo, vaya.
El viaje fue raro, lleno de momentos surrealistas (uno a las puertas del cielo, que diría Bob Dylan) y, a pesar de ciertos desecuentros, vibrante, emocional y apasionado.
Hablo un poco en clave, lo sé, porque las cosas que uno vive se las cuenta a los amigos y no todos los que lean esto tienen por qué serlo.
El caso es que cuando subí al avión en el aeropuerto Martí, tuve la sensación de que no regresaría a esa tierra en mucho tiempo; es es el "pero". Mi horizonte con Cuba y sus experiencias es traumáticamente difuso.
Quizá por eso siento tanta pena, quizá por eso cada jodido segundo pienso en la Escuela, en La Lisa, en la gente estupenda que allí dejo, y me cago en todos los dioses. Luego rectifico, finjo ser un crédulo y le pido a esos dioses en los que no creo que me permitan volver el año que viene. A ellos qué más les da. Que no me jodan.

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