jueves, 5 de abril de 2012

Según se mire

Se fue el 2011 y llegó el 2012, último año del planeta según algunas supersticiones que quizá no van del todo desencaminadas.
No digo esto porque conceda ninguna importancia real a los vaticinios catastrofistas sobre la destrucción física de la Tierra, sino por otros augurios, más políticos o economicistas, que tienen que ver con el desmantelamiento del Estado del medioestar y la aniquilación de muchas (puede que todas) de las conquistas sociales y laborales arrancadas por el movimiento obrero durante años de empeño.
El horno no está para bollos y ahora que la semana santa acerca su aliento, aparco las preocupaciones por el futuro de mi clase y me dedico a preparar las maletas para poner rumbo a la tierra paterna, Lucena, pueblo o ciudad a medio caballo entre la industria y la jornalería del olivo, que se viste en estas fiestas con la túnica de los pasos, el capirote de los penitentes y la música de las saetas, todo con regusto de fino seco y aroma de incienso espeso.
Voy allí con ganas de descansar y disfrutar de una de mis contradicciones: mi propensión estética por la imaginería católica.
Pero también, y eso es casi más importante, voy allí para pasar unos días al lado de ella, que es, con diferencia, lo mejor que me ha pasado últimamente.



Un año es mucho o poco tiempo, según se mire, pero a mí este último se me ha pasado volando entre sonrisas, complicidad y espera. No soy dado a verter aquí elementos relacionados con mi vida personal. Me parece obsceno o pornográfico, pero hoy rompo tímidamente mi norma interna para agradecer, aunque sólo sea de manera indirecta, la suerte que he tenido encontrando a Esther.
Todo el mundo debiera tener derecho a ser feliz, igual que a poseer una vivienda y un trabajo. No todos lo consiguen, no todos pueden experimentar la sensación de levantarse por las mañanas de buen humor porque existe alguien que siempre está ahí, a las duras y a las maduras, con vocación de apoyo y amuleto. Compadezo a los que no lo viven, porque es una de las cosas más hermosas que existen en la vida.
Yo estoy de suerte. Tengo vacaciones, amigos, y puedo viajar a un pueblo hermoso. Y disfrutar del rito pagano de una religión que aborrezco. Y pasear (hueco reservado en el domingo) por las calles misteriosas y secretas de Córdoba. Y reír con mis padres y sus amigos. Y un montón de cosas más.
Pero además, puedo hacerlo todo junto a ella y eso, perdonen la esperanza, es un regalo extra que la vida me ha plantado en las narices sin apenas esperarlo. Un año es poco o mucho tiempo, según se mire, pero para mí, sobre todo, ha sido un regalo que espero que no termine nunca. Que pasen todos unas felices vacaciones.

domingo, 1 de abril de 2012

El arma que nos queda

Hace tiempo ya que no me asomo por aquí. Será porque no tengo nada que decir o porque lo que tengo que decir lo digo en otras partes... o puede que sólo sea porque me da mucha pereza esto del blog.
El caso es que el jueves pasado hubo Huelga General en el estado español, supongo que se habrán enterado. Los motivos son tan evidentes que glosarlos aquí sería ridículo. Baste decir que, como dice la proclama de los sindicatos, nos lo quieren robar todo. Y yo, lógicamente, me sumé a la convocatoria y estuve en varios piquetes (desenterrado de los confines del armario el chándal que nunca uso) y en la manifestación de la tarde.
Lo pasé bien porque para mí la huelga es una fiesta de autoafirmación identitaria, el reflejo de la pertenencia a una clase social y económica que, como siempre, está a la baja y perseguida.
Me lo pasé bien, digo, porque la solidaridad contra el patrón es, en el fondo, un vibrante ejemplo de generosidad, porque salir a la calle y cortar la circulación y cerrar establecimientos y gritar contra aquellos que nos mandan hacia el negro agujero de la pobreza es mucho más que un lujo o un derecho; es una obligación moral y ciudadana.


Pinta en bastos, no cabe duda. El actual gobierno de la nación, espoleado por una mayoría absoluta que tiene su germen en una ley electoral injusta, ha tomado la determinación de arrodillarse ante nuestro acreedor alemán y dejarle vía libre para que expolie nuestros recursos, nuestra fuerza productiva y ya de paso nuestros derechos. Continúa el PP la labor iniciada por el PSOE de Zapatero, aunque profundizándola con habilidad de cirujano. Entramos pues en una nueva fase de acumulación de capital. Es el cuento de siempre, la misma mierda de todas las crisis, el runrún del miedo para justificar la atrocidad del latrocinio y la usura de esta panda de caníbales sin entrañas que con una eficacia aplastante combina a Adam Smith con Benito Mussolini. Su plan es claro y conciso: más beneficio, menos derechos.
¿Y ante esto qué hacer? Pues caña al mono y poco más. La guerra ha comenzado: carguen, apunten, fuego. La huelga es el inicio de un proceso que debe culminar con el derrocamiento del gobierno y sus políticas, con la recuperación de la soberanía robada, con la reformulación de nuestro modelo productivo, social y económico. Esto que tenemos no sirve para la gran mayoría y se empieza a comprender que es insostenible que todo el tinglado esté montado por y para cuatro cabrones que presumen de jaguar, yate y cuenta en Suiza.



Después de esta huelga han de venir muchas otras. Cada vez con más apoyo, cada vez con más fuerza, con más esperanza.
El conflicto social es el arma que nos queda y no podemos renunciar a ella. Eso sería un error de consecuencias temibles e imprevisibles, la pala definitiva para cavar la fosa de los derechos que aún hemos retenido.
La pelota tiene que estar en nuestro tejado, en el de los trabajadores y las trabajadoras de este país. Se acabó el delegar en el gobierno, el sindicato, la asociación de vecinos o el árbitro del partido. Ahora hay que implicarse, ahora hay que empaparse hasta los huesos para evitar que nos aplasten. Nosotros hemos de gobernar, nosotros hemos de marcarle la política a los sindicatos, a la asociación y al árbitro. Nosotros y sólo nosotros. La huelga fue un éxito (le pese a quien le pese) pero no será suficiente si el pueblo no persevera en su firmeza ante el ataque del poder.
Yo, que soy escéptico por naturaleza, deseo confiar hoy en nosotros, en los míos, en la clase a la que pertenezco. Me guardo para mí mis reticencias, mis miedos y mi natural desesperanza ante el compromiso ciudadano. No porque esté convencido sino porque me conviene. Porque no tengo más remedio. Porque dependemos de nosotros para cambiar esto y o creemos en nosotros o podemos darnos por jodidos, cosa que a mí, francamente, aún no me apetece. La cosa no ha hecho más que empezar. ¡Viva la Huelga General! (y muchos años, por dios).