lunes, 30 de junio de 2008

Agua de borrajas

Pues ha sido un pelín decepcionante lo de Valencia, para qué negároslo. Ni tiré de la cadena ni salí mucho ni me emborrache ni valencianas ni nada. Muy al contrario, ocupé mi tiempo entre las cuatro paredes de mi habitación del hotel (que eso sí, era muy confortable) escribiendo, pensando, viendo series de televisión y perdiendo el tiempo gloriosamente.
Quizá sea cierto aquello de "al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver" o quizá es que he tenido mala suerte. Todo empezó mal, cuando mi querido amigo Josito Montez (recomiendo la lectura de su blog) se quedó sin habitación y hubo de volverse a Madrid. Para más desgracia esa misma noche, España ganó a Rusia y las huestes descerebradas de los patriotas ultraderechistas valencianos salieron a la calle con sus banderas estampadas de aguiluchos franquistas y demás simbología inframental. Huérfano como estaba, decidí quedarme en Valencia para ver si le daba un arreón a mi novela.



La novela no la toqué mucho, pero el segundo día bajé a la calle y entré en la Casa del libro, donde compré un par de libros, entre ellos el poemario Hebras de sol de Paul Celan, que se desveló como una auténtica joya. El caso es que tras mucho tiempo de abandono mutuo, me reconcilié con la poesía y he vuelto a escribir algunos poemas y a experimentar el intenso afán por crear.
La escritura, en fin, me salvó una vez más del tedio, arrebatándome por momentos de las garras de esta tristeza crónica que parece tener visos de depresión. Es curioso, pero siempre he considerado que la tristeza, la depresión o cualquier forma permanente de decaimiento es algo inmoral, que responde más bien a una pose que vende libros, películas, interés y orgías sexuales. He desconfiado toda mi vida de la gente triste porque me han parecido siempre o malas personas o unos imbéciles con menos interés que las clases de trigonometría. Es decir, que debo de ser un imbécil (mala persona no creo) y poco interesante. Qué más da.


El caso es que me he quedado un poco con la miel en los labios y un viaje que se prometía feliz y vibrante se ha quedado en agua de borrajas. De todas formas, pretendo seguir en el empeño de acabar con esta gilipollez vital que me corroe, levantarme, darme un buen par de hostias para espabilar y echar a andar hacia ninguna parte, que como todos sabemos, es el mejor lugar del mundo, algo así como el paraíso.

martes, 24 de junio de 2008

Que tiemble Valencia

El año pasado, en torno a estas mismas fechas, acudí a una cosa un tanto rara llamada Ibertalent, que, se supone, aspiraba a reunir activos fundamentales para el futuro del incipiente cine latinoamericano. Se trataba del Primer Encuentro de Jóvenes Talentos Iberoamericanos del Cine.
Tras el rimbombante nombre y la presuntuosa intención del Ibertalent se escondía la nada. Aquello era una excusa para gastar el dinero de las subvenciones de la Junta de Valencia y una oportunidad cojonuda para desparramar, beber agua de Valencia y conocer las noches de la Ciudad del Turia. Para más Inri nos metieron en un hotel de cuatro estrellas que era la hostia, nos pagaron el viaje y varias comidas. Los cuatro días que pasamos allí fueron inolvidables. Desde entonces, quise repetir la experiencia.


La vida, a veces, es irónicamente concesiva y como por arte de magia, cayó en mis manos hace poco la oportunidad de regresar a Valencia, esta vez como invitado al Cinema Jove, el festival de cine de la ciudad. Al parecer el hotel es tan bueno como el año pasado, es probable que nos den unas dietas y credencial para ver las películas. Vamos, que es un chollo para un tipo como yo al que le gusta el cine y la juerga y el agua de valencia y el lujo, para qué negarlo. Porque el lujo me gusta, como a todos, si es en vaso corto y a traguitos.
Para allá que voy, con el portátil, un par de libros y la sed de vida desatada, ahora que mi vida no se sabe muy bien si es vida o sucesión de imágenes y recuerdos para el archivo.
Me lo voy a pasar bien porque ya es hora, porque -qué coño- me lo merezco y las tristezas varias se van por el sumidero cuando tenemos la gallardía de tirar de la cadena, cosa nada fácil, pero necesaria. Que tiemble Valencia (como tembló el año pasado).

martes, 17 de junio de 2008

Noches de Bodas

El pasado viernes estuve en una boda. Era esta una boda distinta a las demás porque la contrayente a parte de ser muy buena gente, es mi amiga. Acostumbrado como estoy a bodas de primos terceros a los que jamás he visto o a amigos de parientes, el evento del viernes adquirió un sentido completamente distinto. Es verdad que otra amiga mía, Carmen, se casó hace un par de años, pero aquello fue más bien una reunión de veinte amigos cenando a la salud de otra amiga.
La boda de Noemi fue un lujo. Me lo pasé en grande, aunque bien es cierto que bebí en exceso (cómo no) y de ello resultó un corte en la mano y una terrible resaca no exenta de lagunas de tiempo.


El caso es que para alguien que abjura constantemente de esta clase de compromisos sociales, que se aburre mortalmente con todo lo que huela a burocracia y que considera que lo de casarse es algo más propio de hace cuarenta años que de este momento, la sesión del otro día supuso un severo correctivo. Fui feliz contemplando la felicidad (valga la redundancia) de Noemi, de sus padres y su familia (a la que siento como mía propia) y de los invitados. Les deseo a los novios lo mejor, porque se lo merecen y porque les quiero.
Y a aquellos que como yo, pensáis que las bodas pueden ser un coñazo, os digo que siempre hay excepciones que confirman la regla y que cuando un amigo se va, algo se muere en el alma; pero que cuando se casa, algo florece y los gin tonics saben mejor y en estos días horribles que uno atraviesa, se vislumbra una salida al fondo del túnel.
Por cierto que el sábado, resacoso como ya he dicho, tenía actuación en un pueblecito llamado Quijorna. No salió mal, aunque vino muy poca gente a vernos. No obstante, la noche que sucedió a la actuación, fue sin duda, una de las mejores noches de mi vida, si no la mejor. En estos tiempos de tristeza, este fin de semana supuso un oasis hermoso. Lástima que lo bueno, no sé por qué, no dure más.
Como decía la canción: que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel... Así fueron la del viernes y la del sábado. Dichoso yo.

jueves, 12 de junio de 2008

La conjura de las sanguijuelas

Estoy hasta los cojones, con perdón. Ahora resulta que el Parlamento Europeo quiere que la jornada laboral pueda ampliarse hasta 65 horas semanales.
Es lo que nos faltaba ya por ver. En medio de una crisis absoluta del capitalismo, las polillas de los sillones parlamentarios en lugar de tratar de darle una salida a la situación que defienda a los trabajadores y mejore sus condiciones de vida, optan por acularse en tablas y en lugar de avanzar hacia un modelo económico más social y sostenible, aboga por el regreso a las condiciones laborales de la Revolución Industrial. Por fin se han quitado el antifaz.


Sesenta y cinco horas semanales hacen, en caso de librar un solo día a la semana, una media de más de diez horas diarias de curro. Nos hemos vuelto locos, es evidente. Los derechos conquistados con la sangre de los sindicalistas y el proletariado saltan por los aires mientras los camioneros hacen huelga, el petróleo se dipara y los jerifaltes económico se frotan sus repugnantres manos.
Esta es la consecuencia, quiera la gente o no quiera verlo, del fin de la Unión Soviética. Caído el Muro, las sanguijuelas capitalistas, las hordas de parásitos que se llenan la boca hablando de libertad, tienen vía libre para conjurarse y chuparle la sangre a la gente. Qué vergüenza, qué descaro.
Lo que no puedo comprender es que esta medida no haya suscitado una auténtica Revolución social. Nos están robando, nos están engañando, llevan décadas, siglos, milenios explotándonos y ahora, desarticulados todos los tejidos sociales, han conseguido algo que parecía imposible: dormir a la gente.


Esto es una mierda, señores. aunque por un lado tiene un aspecto positivo para mí. Cuando algún liberal me hable de que cobra poco, de que la sanidad es una mierda o algo por el estilo, le voy a mandar diez calles para arriba, dirección al estercolero. Ya está bien de soplapolleces. Aquí hay que llamarle al pan, pan y al vino, vino; y aquellos que se ponen del lado del explotador, del delincuente, del asesino son cómplices (también serán libreopensadores, no digo que no, pero librepensadores cómplices, qué horror).
Esto cansa y hoy, una vez más, reivindico el socialismo (el comunismo) como único modo de libertad total, de plena emancipación. Y el que me salga con Stalin o con Pol Pot que se entere de una puta vez que eso de comunista tiene tanto como el liberalismo de democrático, es decir, absolutamente nada.

lunes, 9 de junio de 2008

Pablo escribía para amantes del trapecio

A veces, no siempre, lo que otros escribieron parece que lo escribieron por uno. Espero que no se me tenga muy en cuenta el reproducir aquí un poema brutal y hermoso del maestro Pablo Neruda, que refleja lo que este trapecista siente, este cansancio vital.


Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.
No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndose de pena.
Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aulla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.
Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.
Hay pájaros de color azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de verguenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.
Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas
que lloran lentas lágrimas sucias.

jueves, 5 de junio de 2008

Con la música a otra parte

Demasiados días nublados, dijo el pasado sábado una señora que paseaba buscando el último de Antonio Gala en la Feria del Libro de Madrid. Era verdad; el cielo amenazaba lluvia entre el gris intenso, oscuro y melancólico de sus entrañas. De pronto cayeron unas gotas, no muchas. Los paraguas se desplegaron y yo, que como siempre no llevaba nada con lo que cubrirme, hube de esquivar no sin esfuerzo la selva que se abría.
Había ido a la Feria a ver a Juan Madrid para que me diese unos ejemplares de su novela. Me encontré con Sarita, su mujer, y nos fuimos a tomar un café porque Juan aún no había llegado. Al rato volvimos y le encontramos firmando sonriente, aunque me dio la sensación de que no parecía encontrarse muy a gusto entre sus propias obras, por lo que se esmeraba en degustar el efecto de los coñacs que se había metido entre pecho y espalda en la comida. Le saludé, me dio un cigarro, nos contamos un par de chistes y me despedía de él, de Sarita y de la cuñada de ambos, una sevillana cantante que me hacía muchas preguntas sobre cómo se escribe una novela... como si yo supiera algo.


La lluvia había amainado, los paraguas regresaban a su posición primitiva y ya que estaba por allí, me dije que tal vez sería bueno hojear algunos libros y enterarme de las últimas novedades. Sin embargo una extraña pereza, tal vez una premonición, hizo mella en mí, así que decidí irme con la música a otra parte, a Las Ventas, por ejemplo. Eché a andar y llegué al cruce que divide la zona de la doble hilera de casetas con la zona de una sola hilera. Allí hay un kiosco que ponen solamente para la feria.
Avanzaba velozmente con la esperanza de salir del Retiro antes de que volviese a llover, pero una voz me arrancó de ese sueño. Era una voz tan conocida que prácticamente es mi voz a estas alturas. Giré y allí estaba, sonriendo, con un tipo al que ya conocía de un par de veces más.
Es curioso, a veces, cuando te encuentras con el pasado (el pasado en muchos sentidos), te entran ganas de llorar. Yo las sentí, supongo... pero me contuve, tomé una coca cola dignamente y me fui con la música (un bolero en este caso, puede que aquel que se llama "Nosotros") a otra parte.