sábado, 11 de abril de 2009

De Madrid al cielo al ritmo del Cachorro

Me quedo en Madrid esta Semana Santa. Cosas de la vida, de la falta de liquidez y de la apatía por viajar al Sur, allá donde estas fechas cobran un significado de incienso, sangre, folclore jondo y hombros reventados por el peso plateresco de los tronos… Allá donde la cera derramada de las velas chirría al día siguiente cuando los coches derrapan por las calles.
Ya lo he dicho aquí en alguna ocasión. La Semana Santa me atrae, no puedo evitarlo. Soy ateo gracias a Dios (bendito Buñuel) y aún así, me quedo embobado con el misterio de los pasos, con el murmullo de los tambores, la pasión de las saetas y la pantomima barroca que evoca la pasión en las viejas de luto y los cofrades escondidos bajo el capuchón de penitentes tras el paso del Cachorro. Todo eso está muy bien, pero como digo, me quedo en casa, en Madrid.


Madrid, como buena capital, vive las fiestas del folclore nacional como de lejos. Le falta chicha, historia, definición cultural (y esa es su mayor virtud). La maravillosa amalgama de culturas y orígenes que confluyen en sus calles la hacen tan impersonal a los ritos ancestrales como personal y distinta en la rutina diaria.
En Madrid nos sobra Gallardón y nos falta pradera de San Isidro, que muere cada año un poco más como casi todas las costumbres endémicas de una ciudad desdibujada que renunció a las gallinejas, los entresijos, las chulapas, los barquillos, las verbenas, los cafésatertuliados y la pronunciación cheli. A cambio uno puede pasear por cualquier calle y disfrutar de la riqueza de otras culturas, que en muchas ocasiones siente más propias que costumbres absurdas (a mi juicio) como las fallas o la tira de la cabra desde el campanario.
Madrid es eso ahora: la ciudad que no pide el carnet de identidad a nadie y acoge al peregrino, la dama de los brazos abiertos, la puta barata que ha envejecido y mejorado con los años para convertirse en un a madre sabia, hermosa y cercana.


Por si no se ha notado, Madrid me encanta, sobre todo en el despoblado verano. Nací aquí y aquí me quedo, como dijo aquel. Viajar es maravilloso hasta en Semana Santa, pero si no se tiene pasta para ello la mejor opción es esta ciudad loca y nocturna que agoniza de vida y palpita de desolación. De Madrid al cielo, que debe de ser La Habana, digo yo.