miércoles, 28 de mayo de 2008

La letra pequeña

Todos los contratos traen letra pequeña: todos, es inevitable. Tendemos -al menos yo- a no leerla por pura vaguería en ocasiones o por simple pragmatismo en otras, puesto que su lectura podría implicar arrepentimiento, miedo, incertidumbre, etc. Con los contratos es mejor vivir en la ignorancia y llevarse una sorpresa de vez en cuando que, es cierto, te puede amargar el día o la semana pero no mucho más.
El contrato que lleva consigo mayor cantidad de disposiciones adicionales en forma de diminutos párrafos a pie de página es el de la vida; porque la vida es un contrato, lo queramos o no, y bastante exigente, opaco, jodido y hermoso.
Es en las cosas importantes de verdad, en aquellas que nos proporcionan buenos y malos momentos en las que menos miramos la letra pequeña. La razón es sencilla: si lo hiciésemos no las llevaríamos a cabo y nuestra existencia se convertiría en un auténtico coñazo.


De esta manera llego a donde quería llegar, al tema por antonomasia, al diapasón que late en el pecho, al brillo intenso en los ojos del muchacho y la muchacha: al amor.
Este blog se llama La puta y el trapecista por la teoría en torno al amor que ya expliqué. Hasta la vida de un célibe es convulsa en amores, en la era contemporánea nos sobra tanto tiempo que caemos en las redes del amor sin leer las contrapartidas y nos arrebatamos y perdemos el juicio y padecemos y vibramos y somos felices y desdichados.
Yo no quiero y nunca quise ser puta, quiero ser trapecista, trapecista sin red; quiero saltar al vacío y confiar en los dedos, en las manos -manos de actriz- de mi consorte trapecista. Y en estos tiempos tan apretados de aburriento, de impuestos, crisis financieras, culebrones de partidos, muertes, terremotos, incendios y sequía, reivindico el saltar sin red y el esperar -no demasiado- a aclarar lo difuso en aras de la felicidad y por qué no, de otra oportunidad de avanzar hacia la sernidad de amar y ser amado.
Y si el contrato del amor trae letra pequeña, suprimirla y vivir, que es tan difícil que tal vez merezca la pena.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Pide lo imposible

Sé realista: pide lo imposible. Se conmemora estos días el cuadragésimo aniversario de aquello que dio en llamarse Mayo del 68. Han pasado cuatro lustros y algunos de los principios de aquella revolución popular cobran aún más vigencia que entonces. Otros principios conservan la misma.
El Mayo de París debió de ser un momento de auténtica efervescencia política, cultural, obrera, sexual y libertaria. Me hubiera gustado estar allí y poder contribuir con mi granito de arena en aquellos instantes de magia, de locura maoísta y de surrealismo crónico, que tanta falta le hacía al mundo.
Ahora sólo quedan cenizas de lo que supuso el movimiento del 68. Eso y algunos liberados, antiguos líderes, que cobran un sueldazo en el parlamento europeo defendiendo tesis capitalistas con un toque verde chachiguay. Qué lástima.

No se puede vivir de la nostalgia y menos aún de la nostalgia de lo no vivido. Ya se sabe que cualquier tiempo pasado fue anterior y no necesariamente mejor. Ahora bien, cuando se echa un vistazo somero y general sobre la sociedad actual, sobre los colectivos obreros, esudiantes y feministas la cosa arroja un resultado escalofriante. El Sistema nos ha adormecido. El Sistema ha podido con todo y los sueños se han convertido en la gota de aceite perfecta para engrasar del todo la maquinaria capitalista. Ya no hay sueño de justicia, libertad o trío sexual. Es más productivo soñar con un coche de alta gama que se pueda exhibir para envidia de la comunidad vecinal.

Que aquella gente se lo pasara mejor, no importa. Que aquella gente pensara más, es sano. Que aquella gente exigiera lo que deseaba es algo que en estos tiempos no sólo es una utopía sino un motivo de cárcel, al menos social e intelectual.
El planeta se ha simplificado y en eso proceso, la imaginación al poder se ha ido a tomar por culo a cambio del libre despido. Bajo los adoquines sigue estando la playa, pero la van a recalificar para hacer pisos blancos y altos.


Dentro de algunos años, espero que no muchos, nuestra generación comenzará a ver que estaba equivocada. Entenderemos que no éramos hijos de la Revolución Francesa, que no éramos descendientes de los bolcheviques ni de la Ilustración. Entenderemos que habían borrado a nuestros progenitores de un plumazo a base de billetes y sillones parlamentarios.
Comprenderemos que éramos los hijos del 68, pero como pasó en la Argentina de Videla, nos raptaron de nuestros padres y nos entregaron en manos de papá Capital y mamá Televisión, ocultándonos la verdad. Espero que cuando nos demos cuenta no sea demasiado tarde. Eso espero...

lunes, 19 de mayo de 2008

Premios

Últimamente, por una cosa o por otra, voy a muchas entregas de premios, ya sean literarios o teatrales. Estas ceremonias suelen ser un coñazo supino, a no ser, claro, que alguno de los galardones recale en uno. Ahí la cosa cambia, aunque no demasiado. La vanidad del premiado es algo que conviene alimentar si estás como yo en una serie que no te entusiasmao dejando pasar las horas, escribiendo mucho y mal y un poco cansado de la noble ocupación de no hacer nada. Vas, escuchas al Alcalde de turno, a la concejala habitual, subes, recoges el premio, piensas que debería estar mejor dotado económicamente y con las mismas te vas a casa con una media sonrisa y cierta satisfacción autosuficiente y peligrosa.
La otra cara de la moneda es cuando no te dan ni las gracias por acudir. Én ese caso todo se te hace más largo y pesado, el discurso del alcalde y la concejala te hierve la sangre y cuando regresas a casa tienes ganas de tomarte un güisqui y ver una película antigua.


El hecho es que en estas últimas semanas, mi única fuente de ingresos proviene de esos premios literarios (porque los teatrales no dejan ni un duro). No me quejo, desde luego, pero no estaría mal tener algo más seguro, más estable.
El próximo día 21 tengo una nueva entrega. Espero poder decir desde aquí que cayó algo y a los amigos y amigas, invitaros a una cerveza o un güisquito. Y tal vez, después me iré de viaje, quién sabe dónde, que diría aquel señor del bigote ex militante de la LCR.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Malos tiempos para lírica

Ya lo sé. Tengo un poco abandonado el blog y no se crean que es por descuido ni nada por el estilo. Simplemente es que a veces a uno no le apetece escribir en esto del blog y prefiere dedicarse a los relatos, la dichosa novela, el dichoso guión y lo que surja, que dirían en los chat.
No obstante, vuelvo con energías renovadas y con la intención de escribir al menos un par de artículos a la semana, que no es poco para un vago redomado como yo.
Desde luego no son buenos momentos para la lírica. En estos últimos días asolan al planeta catástrofes múltiples: terremotos, muertos, atentados de ETA, Marías San Giles, Anas Botellas... Un combinado un tanto amrago, del todo espantoso y terriblemente desolador de cara a lo que habrá de venir.


Otra muy buena es que Estados Unidos, el país de la Democracia y la Libertad con mayúsculas, ha cerrado varias páginas web españolas por hablar de Cuba, le ha negado el visado a gente por asistir a un Congreso de Informática en La Habana y torpedea cualquier atisbo de cese en el Bloqueo económico, político y social al que somete a la isla desde hace decenios. Estos señores de la dministración Bush (y de las anteriores) son un pelín hipócritas y no digo más porque sus madres al fin y al cabo, no tienen la culpa de haber parido semejantes monstruos.
No me quiero ni imaginar si la cosa fuera al revés ahora que en Cuba internet empieza a rular (nunca estuvo prohibido, pero no había pasta para que todos pudiesen acceder). Todos los medios pondrían el grito en el cielo.
Es un mundo raro este. La gente se deja llevar por lo que dicen los periódicos y así nos va. La pena es que tengo amigos, familia y esas cosas y no me atrevo a exiliarme de El País, La Razón, El Mundo y el Público, que si no...

martes, 6 de mayo de 2008

Lejana y sola

Se acabó lo bueno. En Madrid ya, o en Brunete mejor dicho, las mañanas duelen en los ojos, las tardes están huecas y las noches se presentan pelín insipidas para el degustador voraz.
Regreso de esta huelga dulce que han sido las vacaciones, cambiando el traje de turista por el uniforme de foráneo, que queda peor en cualquier cuerpo. El itinerario ha sido largo: empezamos en Jávea, seguimos con Granada, luego llegó Córdoba y finalizamos en Lucena, pueblo paterno al que hacía unos ocho años que no iba.
En todas partes me lo pasé bien. Apenas escribí; sólo un relato que he presentado a un par de concursos. Me dediqué más a la contemplación, la lectura, la buena comida, el buen gintonic y los paseos constantes. Así debiera ser la vida, supongo. La compañía fue inmejorable, como siempre que voy con ella.

Donde mejor lo pasé fue en Córdoba. Ya he hablado aquí, creo, de mi enamoramniento por la ciudad califal, por la sultana que está lejana y sola.
Desconozco el origen de esa pasión, pero el hecho es que de entre todas las ciudades en las que he estado, Córdoba ha sido con diferencia, la que más me ha enganchado. Trato de ir al menos una vez al año, pero entre pitos y flautas, esta vez hacía más de udos años que no iba. La he encontrado tan hermosa como siempre, tal vez algo cambiada por las obras y el resto de zarandajas que rodean las interminables restauraciones de museos, casas, puentes, etc.
Volver en mayo a esa ciudad es una experiencia difícil de explicar al viajero. Hay que pasear por la judería y perderse en las calles blancas, asomarse a los patios y observar los tiestos cargados de geranios y los jazmines enredados por las paredes y el azahar rompiendo el aire con su aroma. Hay que detenerse y escuchar el murmullo del agua que brota de las fuentes. Luego se puede escoger el bullicio y caminar hacia las cruces de mayo, que se esconden en las plazuelas cordobesas y asaltan al caminante despistado con su apariencia de sangre.
También se puede escoger la mezquita, caminar hacia el río y recorrer la muralla que custodia a los siglos del Guadalquivir en la noche coronada por la luna llena.


Ya lo sé. Me pongo repugnantemente cursi cuando hablo de Córdoba, pero qué le vamos a hacer, así es la vida o así soy yo, mejor dicho. Os recomiendo Córdoba, id siempre que podáis, huid de las gitanas con el ramo de romero porque sólo quieren sacaros pasta y comed flamenquines, salmorejo, gazpacho. Bebed fino moriles, pasead mucho, preferiblemente por la noche. Y si no os gusta, haceroslo mirar, porque es un síntoma grave de insesnsibilidad.