lunes, 31 de marzo de 2008

No semos naide

Un amigo de mi padre suele decir que "los humanos no semos naide". Es la frase perfecta para un entierro: clara, concisa, pelín hipócrita y sin embargo, al mismo tiempo, una verdad irrefutable. Hay algunos que se empeñan en negar la mayor, en "ser". Qué idiotez ¿no?
Me pregunto yo (yo este de carácter lingüistico y no metafísico) por qué tanto empeño en autoafirmarse. Hemos venido a este mundo en pelotas, no sabemos muy bien cuál es nuestra función, perdemos el tiempo, trabajamos, pagamos impuestos y luego, unos cuantos polvos después, vamos y nos morimos. Qué cuadro.
Una cosa está más o menos clara: la posteridad no tiene sentido, el futuro menos y el pasado... bueno, el pasado sólo sirve para echar unas risas si procede y para tener nostalgia o vergüenza, según el caso. Luego está el presente, una especie de grano en el culo que da gusto rascar, la niña de nustros ojos, el rey de la casa, el culpable de que actuemos. El presente, como el chikichiki, mola mogollón, más que nada porque no existe, porque como concepto se nos escapa. Por ejemplo ahora, en mi presente, estoy escribiendo estas líneas, pero a medida que las escribo un presente nace y muere con cada letra y mi reloj de arena pierde granos que no se recuperarán jamás.


Esta cantidad insondable de lugares comunes que estoy soltando viene a raíz de una conversación que mantuve no hace mucho con una señora muy de derechas, muy fina y con muchos euros encaramados en el collar de perlas. Decía la señora, con impecable castellano de club de hípica, que los jóvenes somos unos vagos porque en lo único que pensamos es en vivir la vida, emborracharnos y ligotear (son palabras textuales) en vez de trabajar y pagar la hipoteca.
La sabiduría de la clase alta siempre me ha dejado a medio camino entre la estupefacción, el regocijo y la indigestión. No sabía qué responderle así que dejé que mi boca soltase lo primero que anduviese rondándole.
- Señora, es que la vida es muy corta como para en lugar de vivirla, dedicarse a la hipoteca.
La señora se sobresaltó. Mis palabras debían ser un tanto hedonistas para tan alta concepción de la existencia. Aún así, con las perlas titilando en el cuello y el olor de los establos que debe frecuentar a diario instalado en la boca dijo:
- Si es así como quieres que te recuerden tus hijos, allá tú.
Tomá, pensé. Esto si que no me lo esperaba. La alusión a mis hijos, a mi futuro, al recuerdo de mí mismo en los demás consiguió desarmarme. Sólo pude decir:
- Es que no semos naide, señora. Y a mí todo eso, mire usted, me da un poco lo mismo.
Era mentira, claro. O tal vez no. En el tiempo que tarde en decidirlo me emborracharé, viviré y si se deja, intentaré ligotear con la vida. Trabajar lo menos posible, por favor. Y pagar la hipoteca... pues no sé, cuando las casas cuesten lo que valen.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Siente un Azcona en su mesa


Se ha muerto, como casi todos. Se ha muerto y con él se han ido Arniches, los cafés de la posguerra y las manchas del bocadillo de chorizo en la camisa.
Rafael Azcona era el mejor, el mejor de los vivos, está claro. No es el momento de enumerar las enormes películas que salieron de su pluma, su olivetti o con lo que carajo escribiese, pero parece el momento de reivindicar la calidad silenciosa, la grandeza oculta y la técnica anónima de este monstruo del cine mundial. Azcona no era conocido, podía pasear por la calle sin que nadie le abrumase con el apetito de rúbricas que padecen los mitómanos, sin que le diesen la murga, con la cabeza alta y el paso ágil, barruntando historias en su prodigioso cerebro. Una ventaja para el maestro.


Nadie ha captado la realidad de este país con la pasmosa, la cómica, la ácida facilidad con la que él fue capaz de mostrarnos que aquí, aunque semos diferentes (un pelín casposillos tal vez) sufrimos igual, tenemos la misma gracia -o más- y padecemos problemas idénticos al resto de los mortales. Era un grande entre los grandes, el Billy Wilder riojano y patrio (¿o era Wilder el Azcona austríaco de Estados Unidos?).
"Siente un Azcona en su mesa, futuro guionista" debería rezar el cartel de cualquier Escuela de Cine, porque el riojano es el prototipo de guionista, el espejo en el que el futuro contador de historias debería mirarse, el genio discreto capaz de arrancar la risa y el llanto y fundirlos en la misma sustancia. Eso y mucho más era Azcona, y ahora, sin él, el cine autóctono se queda huérfano ante un horizonte difuso. Siempre se van los mejores (cuando son los mejores los que se van).
En cualquier caso, descanse en juerga, que es lo que seguramente hubiese querido. Eras cojonudo, Azcona.

martes, 25 de marzo de 2008

A la playa con gabardina

Ir a trabajar a una oficina es como acudir a la playa con gabardina; desentonar resulta inevitable, la sensación de ser observado es constante y la sensación de no haber escogido la indumentaria apropiada persiste durante todo el largo, monótono y grisáceo día.
Todo esto lo digo por experiencia, claro; llevo unos días trabajando en la empresa familiar en calidad de administrativo, más que nada por ayudar a la familia.en unas cuestiones relacionadas con mi profesión que pueden serles de ayuda. Afortunadamente es un trabajo temporal por gusto que no me roba tiempo de la serie. El ambiente laboral es bueno, estoy rodeado de trabajadoras muy majas que endulzan el pesado trabajo de adjuntar facturas y albaranes, ocupación desquiciante y vacua que agota más aún que correr la San Silvestre vallecana.
El asunto es que esto de trabajar de administrativo, si se sabe aprovechar, puede facilitar mucho material de trabajo para el guionista. Las gentes que pueblan una oficina, por lo menos esta en la que me hallo, se trocan en fructíferas dispensadoras de anécdotas, perfiles, gags, frases, diálogos y demás chanzas.


Recuerdo que hace años trabajé como becario en esta misma empresa con resultados deficientes en todos los campos. Fue un infierno dantesco, tétrico, perdido en un mar de números absurdos que se sucedían implacablemente como una máquina apisonadora que aplastaba cualquier atisbo de diversión, interés o aprendizaje. Esta vez es radicalmente distinto y lo curioso es que el cambio proviene de un mero movimiento geoestratégico, un par de mesas más abajo, hacia la zona de administración, inmerso en el meollo, en el corazón de la oficina.
Aquí la vida se ve de otra manera y las horas pasan entre conversaciones superfluas y amenas que arrancan carcajadas a cada rato. Aquí, rodeado de chicas que manejan facturas incomprensibles para mi limitada mente, me entretengo en escrutar un mundo que ofrece carnaza fresca para el ávido contador de historias. Aquí, al fondo, recluido en la zona de las administrativas, escribo ahora mismo este post sin que nadie se dé ni cuenta, birlándole veinte minutitos de sueldo a la patronal. Y encima voy a fumarme ahora un cigarrito... para que no se diga que los obreros no tienen vicios.
Y mañana más de lo mismo y así hasta el once de abril más o menos. No está mal esto de ir a la playa con gabardina, tiene su gracia

sábado, 22 de marzo de 2008

Otra de listas


Hace ya algún tiempo que escribí mis veinticinco películas favoritas. Toca la literatura, en este caso el género de novela. Es esta lista, como la otra, una lista apresurada y poco reflexionada, más orientativa que otra cosa. Ahí va:

1851. Moby Dick de Herman Melville
1859. Historia de dos ciudades de Charles Dickens
1866. El Jugador de Feodor Dostoiesvki
1883. La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson
1887. Drácula de Bram Stoker
1899. El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad
1914. Niebla de Miguel de Unamuno
1925. El proceso de Franz Kafka
1931. La llave de cirstal de Dashiell Hammett
1940. Historias de Pat Hobby de F. Scott Fitzgerald
1942. El extranjero de Albert Camus
1945. Sinuhé, el egipcio de Mika Waltari
1947. El callejón de los milagros de Naguib Mahfuz
1953. El largo adiós de Raymond Chandler
1955. El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio
1960. Todos los caballos del Rey de Michèle Bernstein
1961. Los viejos marineros de Jorge Amado
1962. La conjura de los necios de John Kennedy Toole
1963. Opiniones de un payaso de Heinrich Böll
1964. Juliano, el apóstata de Gore Vidal
1975. La verdad sobre el caso Salvolta de Eduardo Mendoza
1981. Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez
1982. Mi último suspiro (Memorias) de Luís Buñuel
1982. Asesinato en el Comité Central de Manuel Vázquez Montalbán
1996. La arboleda perdida (Memorias) de Rafael Alberti
2003. 2666 de Roberto Bolaño

Faltan, como siempre, otras doscientas. Me he dejado llevar por mis gustos y soy plenamente consciente de que algunas de esas novelas no tienen una altura mayor que otras. Añadiría cualquier otra de Hammett o Chandler, Manhattan Transfer, Nada, alguna de Marsé o de Juan Madrid, La flaqueza del Bolchevique o La sustancia interior de Lorenzo Silva, La ciudad y los perros, El Quijote, La Odisea (pero no es una novela, claro), Agostino de Moravia, El rey Arturo y sus caballeros de Steinbeck, Otra vuelta de tuerca, El vicario de Wakefield, algún Lovecraft, Simenon o Doyle, Justine del Divino marqués, Dublineses o La Biblia, que a causa de mi desconocimiento sobre autor y fecha, ha quedado fuera. En fin, se me olvidan dos mil, pero no tengo ganas de pensar más de lo necesario.
También falta Los tres mosqueteros, pero como aún no me la he acabado, me parecía mal incluirla.

sábado, 15 de marzo de 2008

Paraíso perdido

Hoy echo de menos algunas cosas
Echo de menos la infancia, aquellos partidos de fútbol con chapas en los cuales el balón era un garbanzo y la portería, cualquier caja de zapatos cortada por la mitad.
Echo de menos el colegio, aquellos amigos que se fueron perdiendo en el camino y que siempre recuerdo y siempre siento cerca aunque nada me una ya con ellos.
Echo de menos mi barrio, Aluche, sobre todo en los domingos, cuando salían los gitanos con la cabra, el afilador paseaba en busca de clientes y los churros calientes eran recibidos como el premio final de la semana. También echo de menos ver la calle atestada de gente, los bares soleados de gente amiga y el parque cuajado de niñas que saltaban a la comba dejando entrever las bragas entre impulso e impulso, como promesa de un lugar mejor y más divertido.

Echo de menos aquel tiempo en que los trapecistas estaban en la calle y se besaban en los lugares públicos, demostrando que se amaban.
Echo de menos el pueblo con sus veranos largos y lúdicos, llenos de pajas, fútbol, libros y cartas. Echo de menos las partidas de mus, las fiestas, los primeros tragos de alcohol, el primer cigarrillo y aquel beso, que nunca olvidaré, que nunca nadie ha olvidado.
Echo de menos creerme el cuento de que este mundo es cojonudo, el pensar menos y el vivir más, el estar abierto a todo, desnudo de prejuicios. Echo de menos aquel arroyo que se ha secado, aquella roca donde nos metíamos mano los niños y las niñas y que ahora, es un chalet adosado color melocotón.
Echo de menos disponer de mi tiempo y no tener noción de su concepto y por tanto, usarlo de un modo impúdico, despreocupado y simple.


Echo de menos -dejándome de rodeos- mi infancia. Echo de menos -está muy claro- no echar de menos nada.
Ya sé que esto es un tópico, pero es verdad: lo echo de menos. Y también sé que como dijo un tipo listo, no debemos ser sectarios; porque la infancia puede ser un paraíso perdido, pero también un infierno de mierda. No es melancolía, es que me lo pasé muy bien.
Y una vez más, no tengo la menor idea de a qué viene esto, pero ahí queda. O no.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Vértigo

No voy a hablar de las elecciones, para qué. Los resultados son los resultados y en cierto modo, no me sorprenden, más bien al contrario, casi me seducen en el sentido de que abren un futuro incierto e interesante para la izquierda anticapitalista del estado. Ya veremos.
En otro desorden de cosas, sí quisiera hablar del chikichiki, esa canción absurda y desquiciada que anda sembrando la polémica en todas las cafeterías del país.
Debo de decir que a mí me parece estupendo que de una vez por todas nos tomemos con el choteo debido el espanto hortera que es Eurovisión, que por fin nos demos cuenta de que hay que acabar con las reuniones familiares en torno al Lá-lá-lá de Massiel y que entendamos -ya era hora- que la imagen de nuestra nación (¿qùé es eso?) no queda manchada porque presentemos a un tipo que va para allá a hacer el ridículo y bastante bien, por cierto.

No se me malinterprete, yo no soy un purista de la televisión. Consumo mucha basura, la cual recibo a través de la caja tonta y de otros miles de emisores de idiotez, entre ellos, por supuesto, este blog. La basura me gusta en la medida en que mi cuerpo la tolera. Por eso veo el programa de Curri Valenzuela o escucho de vez en cuando a Fede Jiménez Losantos (una dosis de cabreo e indignación siempre es recomendable), por eso leo los periódicos, por eso veo la televisión y el fútbol, por eso veo en ocasiones contadas algún programa de corazón, por eso me enganché a Hotel Glam y por eso he votado y me emborracho muchas noches. La frivolidad es un grado, no lo olvidemos. Quien no es capaz de ser frívolo es idiota, triste y sobre todo, peligroso.
Sin embargo, como en todo, hay grados. Y lo que mi frivolidad nunca ha sido capaz de tolerar son los concursos de talentos y sobre todo, ese género de programas de triunfo y fama que empezaron con OT y que en los últimos tiempos han experimentado un espeluznante ascenso. Esa basura, ese estiércol infame rebasa con creces mi límite y me produce los escalofríos del que sabe que se están creando monstruos que algún día se nos escaparán de las manos.


Por todo ello, la irrupción del chikichiki me parece una buena noticia que, además, posee una altura musical infinitamente mayor que la canción aquella de Rosa de España y demás chirigotas triunfitas. No se puede aceptar que desde la todopoderosa televisión se perpetúe un mensaje poco menos que aborrecible, como el de que en esta vida lo importante son los "sueños" laborales, el triunfo económico y la fama televisiva. Da vértigo ¿no?
Es el momento por tanto de acabar con Eurovisión, Miss España y el resto de concursos de mediocridad. Y a aquellos que piensan que el chikichiki va a dar una imagen penosa de España les sugiero que reflexionen y se den cuenta de que Eurovisión no representa nada, entre otras muchas cosas porque nadie ni nada puede representar a España, que ya se sabe, es al igual que el resto de países, una palabra hueca y asesina para nombrar un pedazo de tierra y separar de paso a unos de otros con el único fin de competir, esa palabra tan asesina o más que la anterior y a la que algún día, le dedicaré un post de este caótico y telebasuril blog. Que ustedes lo pasen bien.

sábado, 8 de marzo de 2008

Autorretrato en la memoria

¿Quién se murió
cuando te fuiste?
¿Quién sangra
y arroja su sed de nieve
en la mirada?
¿Quién despide a las gaviotas
y en sus lágrimas
siente el batir y el aleteo?
¿Quién se hiere los ojos?
¿Quién a fuerza de morir
nació en la cumbre?
¿Quién de sangre
surca los labios
de su pubis?
¿Quién la escucha?
¿Quién la teme?

Hace ya años
alguien olvidó su casa
entre las manos.
Hace demasiado tiempo
alguien perdió su voz
en el camino.
Años, tiempo ido,
medusas en la piel
y en la luz y en las estrías
del fulgor sobre el agua
y azucenas.

¿Quién al reservar
la noche un canto conocido
pasa de largo
el cierzo y la saliva?
¿Quién recogió los huesos
y molió su sueño
y entregó la sangre al volteo
de los mirlos?

Hundido, niño muerto,
que descubrió el azul y lo retuvo.
Ala, córnea, ceniza de los cuerpos
abrazados en el tiempo y la memoria.
Cíclope cansado, viento a rachas,
efigie desolada.

Y el tiempo pasó.

miércoles, 5 de marzo de 2008

Un encuentro


Esas situaciones lo incomodaban. En ocasiones semejantes, habiendo hecho lo que sus padres le enseñaron -levantarse, ceder el asiento, agarrarse a la barra y esperar hasta la estación de Urgel-, su acción provocó la ira de dos ancianos y un cojo. Él suponía que veían en el acto un insulto, lo que no era en absoluto su intención.
Sin embargo, aquella vez se trataba de una hermosa embarazada de no más de veinticinco años, que frisaría el octavo mes y que al entrar al atestado vagón, sólo obtuvo la indiferencia de los viajeros.
- Siéntese –dijo él, asumiendo el riesgo de que le mandase a la mierda.
A la embarazada se le iluminaron los ojos y la sonrisa le brotó en los labios acentuando su belleza.
- Muchas gracias.
En ese instante frenó el tren y el cuerpo de la chica se abalanzó sobre su pecho, donde estuvo incrustado diez segundos.
- Disculpe.
Restó él importancia al suceso y observó cómo ocupaba su asiento. Notó un extraño orgullo y sintió alivio.
A las tres paradas descendió del vagón. Al salir se acercó al kiosco y pidió una revista.
Cuando fue a echar mano de la cartera se dio cuenta: alguien se la había robado. Sólo podía ser una persona.
- Cabrona –murmuró.
Y malhumorado, dejó la revista en su sitio y regresó a casa.