martes, 30 de octubre de 2007

Diez razones para escribir

Aquellos que queremos dedicar nuestra vida al oficio de escritor (entre otras muchas cosas) solemos plantearnos muy a menudo una cuestión fundamental: ¿Por qué carajo escribimos? ¿Cuales son los verdaderos motivos que nos impulsan a encender el ordenador y teclear durante horas?
Nunca las he escrito, al menos que yo recuerde. Daré diez razones escogidas al azar, sin excesiva solemnidad y sin pensarlo mucho.
  1. Escribo porque me gusta.
  2. Escribo porque siempre he buscado un lector o mejor dicho, una lectora, que me acompañe en otras lecturas, en otras aventuras.
  3. Escribo porque tengo Ego y muy desarrollado. Me gusta que me den palmaditas en el hombro, qué le vamos a hacer.
  4. Escribo porque es mejor que beber (excepto cuando beber es mejor que escribir).
  5. Escribo porque me interesa la vida, porque tengo mala memoria y porque conozco a tantos personajes y me pasan tantas cosas raras, que si no las escribiera, nunca me lo perdonaría (supongo que esto nos pasa a todos).
  6. Escribo porque me divierte escribir, porque me fascina crear mundos y vidas.
  7. Escribo porque es lo único que, mejor o peor, sé hacer para ganarme la vida dignamente.
  8. Escribo porque al hacerlo me despojo de vestidos morales, intelectuales y sociales y puedo abrir la mente y entender ciertas cosas, que nunca entendería si no las escribiese.
  9. Escribo porque de mayor quiero ser trapecista y no puta.
  10. Escribo porque me gustan los libros, porque desde que era un embrión propenso a la nicotina y los güisquis, he soñado con ir en el metro y ver a una señora fina y de derechas leyendo un libro mío y llorando de emoción.

En fin, todo son pajas mentales.

sábado, 27 de octubre de 2007

Introito interruptus

Lo primero, supongo, es explicar el por qué del título del Blog.

La razón hay que buscarla en un poema que escribí hace ya muchos años que llevaba ese título. El caso es que para mí, la puta y el trapecista representan el amor puro y el no amor, el amor impuro.


Antes, influido por algunos cantautores de dudoso perfil ideológico, pensaba que la prostitución era un oficio mítico y en cierto sentido, hermoso. Ma bastó trabajar en un reportaje periodístico sobre el tema para comprobar mi craso error. No hay nada más triste, más humillante, más horrible y más inhumano que pasar frío en la Casa de Campo esperando que un tipo sudado y feo se pare junto a ti, baje la ventanilla y regatee contigo para conseguir una mamada a buen precio.

Por otro lado, los trapecistas simbolizan la otra cara de las relaciones humanas. Pensadlo: un hombre y una mujer penden del trapecio a veinte metros de altura. Debajo está el suelo. Ella se suelta y él alarga el brazo derecho. Si el tipo no la coge, ella se cae y se mata. Pero confía y sus manos se unen.

Eso es el amor, saltar al vacío esperando que el otro trapecista alargue la mano y no te suelte. Eso es el amor puro, claro está.

Todos somos un poco trapecistas y un poco putas (esto último, sobre todo, los guionistas). Me gustan más los primeros, aunque en mi caso, por si las moscas, saltaría con red. Es decir... con condón.